Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo,
Nace en Lisboa, el 15 de agosto de 1195
Muere en Padua, el 13 de junio de 1231.
Fue un Fraile, predicador y teólogo portugués.
Fue ordenado sacerdote a los 25 años. Todo parecía indicar que
su vida de canónigo agustino podía satisfacer y aquietar su alma.
Itinerario franciscano
Pero justamente por esas mismas fechas conoce a un grupo de
franciscanos, provenientes de Asís, que le causan una impresión muy positiva.
Este encuentro significará la toma de contacto con un mundo que acabará por
sumirle en una profunda crisis. Poco después, en enero de 1220, llega a sus
oídos la noticia de que aquellos cinco «penitentes de Asís», a los que él había
conocido y hospedado en el monasterio, habían sido martirizados en Marrakech y
de que sus cuerpos iban a ser sepultados precisamente en su monasterio de Santa
Cruz de Coimbra.
La vida monástica de Fernando, consagrada a la oración y al
estudio, recibe como una sacudida. Empieza a apremiarle la idea y la esperanza
de testimoniar su fe con el martirio.
Abandona la Orden agustina, ingresa en la Orden franciscana y,
en otoño de aquel mismo año de 1220, convertido ya en fray Antonio, emprende
viaje a Marruecos. Pero su proyecto se trunca muy pronto. Una grave enfermedad
le obliga a guardar cama. Se decide repatriarlo, para que se cure y, una vez
restablecido, regrese de nuevo a Marruecos. La fuerza del viento lo «deposita»
en una playa de Sicilia. Lo hospedan sus hermanos de hábito en Mesina.
Era el año 1221. Se desvanecía definitivamente el sueño del
martirio. Antonio tenía 26 años. Apenas viviría otros diez, que serían los más
intensos de su vida. Recordamos aquí algunas etapas del itinerario franciscano
de san Antonio.
En ese mismo año participa en el «Capítulo de las esteras», en
Asís. Seguidamente se sumerge en el silencio, la oración y el servicio humilde a
los hermanos, en el eremitorio de Monte Paolo. En 1223 pronuncia en Forlí una
conferencia espiritual improvisada, que asombra a todos por «la inesperada
profundidad de su palabra».3
A partir de ese día «tiene que interrumpir los silencios de la
soledad»4 y dedicarse a la predicación itinerante.
La Romaña, plagada de la herejía cátara, fue su primer campo
apostólico: predicación popular, conferencias al clero, ministerio de la
reconciliación, lecciones de teología a los hermanos de la Orden. La vida de
Antonio se vuelve cada vez más itinerante y más pública.
Tras la etapa romañola, lo encontramos en Bolonia, en el sur de
Francia —donde bulle la herejía albigense—, en Limoges (donde en 1226 fue
nombrado «custodio» de los hermanos menores del territorio), manteniendo siempre
un difícil equilibrio entre la actividad apostólica y la soledad contemplativa.
Posteriormente, a su regreso a Italia, es nombrado «Ministro provincial» de las
regiones septentrionales. Predica en Vercelli y en muchas otras ciudades. En
1230, lo vemos en Asís, en Roma, en la Marca de Treviso y, sobre todo, en Padua,
donde había redactado los Sermones dominicales y ahora redacta los
Sermones festivi. Es su última etapa terrena. Durante la cuaresma de 1231
realizará una gesta memorable: la primera predicación cuaresmal diaria de la
Iglesia occidental, que será también una gran experiencia eclesial de catequesis
penitencial y social.
En mayo viaja a Verona, donde interviene, sin resultado
positivo, ante Ezzelino III da Romano en favor del conde Pizzardo di San
Bonifacio.
A finales del mismo mes de mayo se encuentra en Camposampiero,
en las cercanías de Padua. Ante la proximidad del tiempo de la siega, Antonio
despide al gentío y «busca lugares apartados… anhelando “quietud y soledad”». Le
construyen una celda en un «robusto nogal, porque el lugar se prestaba a la
soledad y a la quietud, amiga de la contemplación». En aquella celda, viviendo
una vida celestial, Antonio persistía como abeja laboriosa en su entrega a la
sagrada contemplación.
La enfermedad que lo había estado atormentando desde su
aventura africana está a punto de consumirlo. El trabajo lo ha agotado; el
alimento y el reposo ya no logran restablecer sus fuerzas. Antonio decide
regresar a Padua. Durante el viaje, en Arcella, el 13 de junio de 1231 «aquella
alma santísima, liberada de la cárcel de la carne, fue arrebatada y absorbida
por el abismo de la luz».5 Concluía una vida de treinta y seis años escasos,
once de ellos franciscanos. Al año siguiente, el 30 de mayo, el papa Gregorio IX
canonizaba a Antonio en la ciudad de Espoleto.
Un perenne itinerario espiritual
Pero aquella vida que parecía haberse consumado prematuramente
comenzaba una aventura que asombraría a los siglos.
El primer aniversario de la muerte de Antonio se celebró
tributándole los honores de culto litúrgico, venerándole con el título de Doctor
de la Iglesia, un título que, siglos más tarde, el 16 de enero de 1946
confirmaría el papa Pío XII.
Con todo, lo más asombroso es que la vida de Antonio fue una
peregrinación veloz: desde la tranquila infancia y la vida monástica dedicada al
estudio y la oración, hasta los breves años de franciscanismo, vividos en una
itinerancia casi continua a lo largo de los caminos y, sobre todo, en el
interior del propio espíritu.
Antonio sintió la fascinación del martirio, la desilusión del
fracaso de su proyecto de entregar su vida en testimonio de la fe, la soledad y
el anonimato, la fama inesperada y repentina, la vida consumada en una incesante
entrega a los demás, la satisfacción del estudio bíblico y el agotador tumulto
de las muchedumbres, la insaciable nostalgia de la contemplación, la experiencia
de la Biblia como suma del saber, la alegría acrisoladora de la devoción, el
reposo de las ansias en el encuentro con el Señor: «Veo a mi Señor.»
Su itinerario espiritual posee todos los rasgos esenciales del
franciscanismo, incluida la libertad de espíritu capaz de las mayores novedades.
Antonio es un franciscano que bebe y se empapa de franciscanismo sobre todo a
través de la vida de los hermanos. Su franciscanismo es fascinante precisamente
porque el carisma y el ideal de Francisco los encontró encarnados y enriquecidos
en la convivencia cotidiana fraterna.
La novedad franciscana
Antonio no pertenecía al círculo de los amigos, compañeros y
colaboradores de Francisco. A pesar de ello vivió el franciscanismo de los
orígenes con total adhesión y con docilidad absoluta. Supo captar la esencia de
la vida y de la espiritualidad de Francisco. Y, de hecho, su sensibilidad
franciscana fue plenamente reconocida por los hermanos y por el mismo
Francisco.
Así lo demuestra la carta que Francisco le escribió a finales
de 1223 o a principio de 1224, cuando llamaron a Antonio a Bolonia para que
«leyera» sagrada teología a los hermanos. Dice Francisco al joven «lector»:
«Al hermano Antonio, mi obispo, el hermano Francisco: salud. Me agrada que
enseñes la sagrada teología a los hermanos, a condición de que, por razón de
este estudio, no apagues el espíritu de la oración y devoción, como se contiene
en la Regla.»6 Era el recibimiento espiritual de Antonio en la familia de
Francisco, su investidura oficial para la delicada misión de enseñar a los
hermanos, la preocupación de que «este estudio» no apague la primacía del
absoluto de Dios en la vida.
Una alusión de la Vida primera de Celano, redactada
entre 1228 y 1229, es decir, cuando Antonio todavía vivía, revela la fidelidad
con que el Santo de Padua siguió, tanto en su enseñanza en Bolonia como en su
predicación itinerante, las indicaciones de Francisco. Hablando del Capítulo
provincial de 1224 en Arlés, escribe Celano: «También estaba presente en
aquel capítulo el hermano Antonio, a quien el Señor abrió la inteligencia para
que entendiese las Escrituras y hablara de Jesús en todo el mundo palabras más
dulces que la miel y el panal.»7
Pero Antonio vivió y fue expresión del franciscanismo de los
orígenes sobre todo porque éste reflejaba, en la vida de los hermanos, la
imitación radical de Cristo pobre y humilde. Antonio supo captar la esencia
cristológica del movimiento nacido de Francisco, distinguiéndolo de los
condicionamientos y de las formas concretas que le imponían, a veces, la
influencia franciscana en la Iglesia y en la sociedad, las necesidades internas
del movimiento franciscano en evolución, el culto, la piedad popular o las
inevitables tensiones internas de la Orden.
En el franciscanismo de los orígenes, Antonio aparece como la
encarnación de una ideal todavía en plena evolución, muy libre en las formas
pero firme en la expresión y en la defensa de lo esencial.
Carta de San Francisco de Asís a San Antonio de Lisboa (o de Pádua)
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