Wednesday, June 13, 2012

San Antonio de Padua


Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo,
Nace en  Lisboa, el 15 de agosto de 1195
Muere en Padua, el 13 de junio de 1231.
Fue un Fraile, predicador y teólogo portugués.

Fue ordenado sacerdote a los 25 años. Todo parecía indicar que su vida de canónigo agustino podía satisfacer y aquietar su alma.

 Itinerario franciscano

Pero justamente por esas mismas fechas conoce a un grupo de franciscanos, provenientes de Asís, que le causan una impresión muy positiva. Este encuentro significará la toma de contacto con un mundo que acabará por sumirle en una profunda crisis. Poco después, en enero de 1220, llega a sus oídos la noticia de que aquellos cinco «penitentes de Asís», a los que él había conocido y hospedado en el monasterio, habían sido martirizados en Marrakech y de que sus cuerpos iban a ser sepultados precisamente en su monasterio de Santa Cruz de Coimbra.

La vida monástica de Fernando, consagrada a la oración y al estudio, recibe como una sacudida. Empieza a apremiarle la idea y la esperanza de testimoniar su fe con el martirio.

Abandona la Orden agustina, ingresa en la Orden franciscana y, en otoño de aquel mismo año de 1220, convertido ya en fray Antonio, emprende viaje a Marruecos. Pero su proyecto se trunca muy pronto. Una grave enfermedad le obliga a guardar cama. Se decide repatriarlo, para que se cure y, una vez restablecido, regrese de nuevo a Marruecos. La fuerza del viento lo «deposita» en una playa de Sicilia. Lo hospedan sus hermanos de hábito en Mesina.

Era el año 1221. Se desvanecía definitivamente el sueño del martirio. Antonio tenía 26 años. Apenas viviría otros diez, que serían los más intensos de su vida. Recordamos aquí algunas etapas del itinerario franciscano de san Antonio.

En ese mismo año participa en el «Capítulo de las esteras», en Asís. Seguidamente se sumerge en el silencio, la oración y el servicio humilde a los hermanos, en el eremitorio de Monte Paolo. En 1223 pronuncia en Forlí una conferencia espiritual improvisada, que asombra a todos por «la inesperada profundidad de su palabra».3

A partir de ese día «tiene que interrumpir los silencios de la soledad»4 y dedicarse a la predicación itinerante.

La Romaña, plagada de la herejía cátara, fue su primer campo apostólico: predicación popular, conferencias al clero, ministerio de la reconciliación, lecciones de teología a los hermanos de la Orden. La vida de Antonio se vuelve cada vez más itinerante y más pública.

Tras la etapa romañola, lo encontramos en Bolonia, en el sur de Francia —donde bulle la herejía albigense—, en Limoges (donde en 1226 fue nombrado «custodio» de los hermanos menores del territorio), manteniendo siempre un difícil equilibrio entre la actividad apostólica y la soledad contemplativa. Posteriormente, a su regreso a Italia, es nombrado «Ministro provincial» de las regiones septentrionales. Predica en Vercelli y en muchas otras ciudades. En 1230, lo vemos en Asís, en Roma, en la Marca de Treviso y, sobre todo, en Padua, donde había redactado los Sermones dominicales y ahora redacta los Sermones festivi. Es su última etapa terrena. Durante la cuaresma de 1231 realizará una gesta memorable: la primera predicación cuaresmal diaria de la Iglesia occidental, que será también una gran experiencia eclesial de catequesis penitencial y social.

En mayo viaja a Verona, donde interviene, sin resultado positivo, ante Ezzelino III da Romano en favor del conde Pizzardo di San Bonifacio.

A finales del mismo mes de mayo se encuentra en Camposampiero, en las cercanías de Padua. Ante la proximidad del tiempo de la siega, Antonio despide al gentío y «busca lugares apartados… anhelando “quietud y soledad”». Le construyen una celda en un «robusto nogal, porque el lugar se prestaba a la soledad y a la quietud, amiga de la contemplación». En aquella celda, viviendo una vida celestial, Antonio persistía como abeja laboriosa en su entrega a la sagrada contemplación.

La enfermedad que lo había estado atormentando desde su aventura africana está a punto de consumirlo. El trabajo lo ha agotado; el alimento y el reposo ya no logran restablecer sus fuerzas. Antonio decide regresar a Padua. Durante el viaje, en Arcella, el 13 de junio de 1231 «aquella alma santísima, liberada de la cárcel de la carne, fue arrebatada y absorbida por el abismo de la luz».5 Concluía una vida de treinta y seis años escasos, once de ellos franciscanos. Al año siguiente, el 30 de mayo, el papa Gregorio IX canonizaba a Antonio en la ciudad de Espoleto.

 Un perenne itinerario espiritual

Pero aquella vida que parecía haberse consumado prematuramente comenzaba una aventura que asombraría a los siglos.

El primer aniversario de la muerte de Antonio se celebró tributándole los honores de culto litúrgico, venerándole con el título de Doctor de la Iglesia, un título que, siglos más tarde, el 16 de enero de 1946 confirmaría el papa Pío XII.

Con todo, lo más asombroso es que la vida de Antonio fue una peregrinación veloz: desde la tranquila infancia y la vida monástica dedicada al estudio y la oración, hasta los breves años de franciscanismo, vividos en una itinerancia casi continua a lo largo de los caminos y, sobre todo, en el interior del propio espíritu.

Antonio sintió la fascinación del martirio, la desilusión del fracaso de su proyecto de entregar su vida en testimonio de la fe, la soledad y el anonimato, la fama inesperada y repentina, la vida consumada en una incesante entrega a los demás, la satisfacción del estudio bíblico y el agotador tumulto de las muchedumbres, la insaciable nostalgia de la contemplación, la experiencia de la Biblia como suma del saber, la alegría acrisoladora de la devoción, el reposo de las ansias en el encuentro con el Señor: «Veo a mi Señor.»

Su itinerario espiritual posee todos los rasgos esenciales del franciscanismo, incluida la libertad de espíritu capaz de las mayores novedades. Antonio es un franciscano que bebe y se empapa de franciscanismo sobre todo a través de la vida de los hermanos. Su franciscanismo es fascinante precisamente porque el carisma y el ideal de Francisco los encontró encarnados y enriquecidos en la convivencia cotidiana fraterna.

La novedad franciscana

Antonio no pertenecía al círculo de los amigos, compañeros y colaboradores de Francisco. A pesar de ello vivió el franciscanismo de los orígenes con total adhesión y con docilidad absoluta. Supo captar la esencia de la vida y de la espiritualidad de Francisco. Y, de hecho, su sensibilidad franciscana fue plenamente reconocida por los hermanos y por el mismo Francisco.

Así lo demuestra la carta que Francisco le escribió a finales de 1223 o a principio de 1224, cuando llamaron a Antonio a Bolonia para que «leyera» sagrada teología a los hermanos. Dice Francisco al joven «lector»: «Al hermano Antonio, mi obispo, el hermano Francisco: salud. Me agrada que enseñes la sagrada teología a los hermanos, a condición de que, por razón de este estudio, no apagues el espíritu de la oración y devoción, como se contiene en la Regla.»6 Era el recibimiento espiritual de Antonio en la familia de Francisco, su investidura oficial para la delicada misión de enseñar a los hermanos, la preocupación de que «este estudio» no apague la primacía del absoluto de Dios en la vida.

Una alusión de la Vida primera de Celano, redactada entre 1228 y 1229, es decir, cuando Antonio todavía vivía, revela la fidelidad con que el Santo de Padua siguió, tanto en su enseñanza en Bolonia como en su predicación itinerante, las indicaciones de Francisco. Hablando del Capítulo provincial de 1224 en Arlés, escribe Celano: «También estaba presente en aquel capítulo el hermano Antonio, a quien el Señor abrió la inteligencia para que entendiese las Escrituras y hablara de Jesús en todo el mundo palabras más dulces que la miel y el panal.»7

Pero Antonio vivió y fue expresión del franciscanismo de los orígenes sobre todo porque éste reflejaba, en la vida de los hermanos, la imitación radical de Cristo pobre y humilde. Antonio supo captar la esencia cristológica del movimiento nacido de Francisco, distinguiéndolo de los condicionamientos y de las formas concretas que le imponían, a veces, la influencia franciscana en la Iglesia y en la sociedad, las necesidades internas del movimiento franciscano en evolución, el culto, la piedad popular o las inevitables tensiones internas de la Orden.

En el franciscanismo de los orígenes, Antonio aparece como la encarnación de una ideal todavía en plena evolución, muy libre en las formas pero firme en la expresión y en la defensa de lo esencial.

Carta de San Francisco de Asís a San Antonio de Lisboa (o de Pádua)

A fray Antonio, mi obispo, fray Francisco, salud. Me agrada que enseñes sagrada teología a los frailes, con tal que con ese estudio no apagues el espíritu de oración y devoción, como se dice en la Regla.

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